Cuando escuchamos la palabra CELEBRAR, nos viene a la mente la idea de una boda o incluso un bautismo, ¿verdad?. Otro escenario muy especial que también aparece en el pensamiento es una gran celebración, como el cumpleaños de una persona muy querida, cuando se descubre que una gran amiga será madre, cuando nace este bebé ya tan querido por todos, y entonces la imaginación gana alas y nos presenta muchas otras situaciones excelentes. ¿Pero te diste cuenta de que la mayoría de los contextos que he descrito merecen una gran celebración conciernen a otras personas? ¿Y la celebración de las personas con nosotros mismos, con nuestros pequeños-grandes logros de la vida cotidiana?
Nuestra vida diaria cambió radicalmente de una hora a otra. Nos vimos obligados a reinventarnos prácticamente semana tras semana hasta ese momento. Creamos una nueva rutina, tuvimos que lidiar con nuestros “bichos” internos sin válvulas de escape, como hacer gimnasia, correr en el parque, salir a bailar, tomar un mágico café con amigos, y ahora mirando hacia atrás y con un flujo gradual de reanudación de las cosas, podemos decir: ¡Lo logramos! y, digo más, hemos evolucionado MUCHO, porque nos adaptamos (cada uno a su manera) y estamos aquí, muchas veces resolviendo cosas y haciendo actividades, que en enero de 2020 serían inimaginables.
Pero, ¿dónde está nuestra celebración desde lo más profundo de nuestro ser, por tanto crecimiento, en tan poco tiempo? Bueno, lamentablemente no sucede. ¿Y por qué ?. Porque seguimos conectados con la percepción de que los logros sean grandes o pequeños, no son más que nuestra obligación, no ganan ni espacio ni atención, y por el contrario, las demandas que surgen en la vida diaria son las reinas soberanas de nuestro enfoque y de nuestra energía.
Solucionamos las situaciones de una manera muy creativa (¡este contexto en el que estamos nos empuja para hacerlo!) Y al final, nos ganamos un “ok, próxima exigencia a resolver”, en lugar de una : “¡Uhuh! ¡Lo logramos! ¡Somos sensacionales! ¡Entregamos en tiempo record y con excelencia! ”, entre otros elogios muy merecidos, de los que hablamos solo a terceros.
¿Cuándo nos reconoceremos dignos de celebrar nuestros logros, ya sean pequeños o grandes? ¿Cuándo vamos a empezar a tratarnos como grandes amigos, socios para todo, compañeros de por vida? ¿Cuándo vamos a dejar de darnos «latigazos» y aceptarnos en los errores, tropiezos e inseguridades tan habituales en el camino? ¿Cuándo nuestra dura conversación con nosotros mismos se convertirá en un mar de amabilidad?
El primer paso es tomar conciencia de todo esto. Pero como ? Detenerse dos minutos al día y preguntarse: ¿Qué puedo celebrar hoy? Algunos ejemplos para celebrar (que parecen muy pequeños, casi invisibles, pero que marcan la diferencia en esta construcción de autorreconocimiento): haber propuesto despertarme antes para hacer ejercicio y haber cumplido este trato conmigo, haber comido de forma más saludable, sin olvidar condimentos y sabores, tener que aprender a enumerar y separar prioridades y urgencias, y así sentir los resultados prácticos en el ahorro de tiempo y vida diaria, entregando un excelente resultado en una determinada semana porque me comprometí a llegar allí, entre muchas otras cosas que pasan desapercibidas, pero son preciosas.
La celebración está estrechamente relacionada con la comunicación, por lo que el siguiente paso es celebrar en voz alta contigo mismo. Parece un poco raro (jaja), pero no lo es, porque está científicamente comprobado que las palabras tienen el poder de cambiar la bioquímica de nuestro cuerpo para bien o para mal. Usemos esta excelente herramienta a nuestro favor ☺. Lo que puede ayudar a los tímidos o a los más resistentes es escribir todo y luego decirlo en voz alta.
Y el último paso es la constancia. Cada día, una pequeña-gran celebración nos acostumbra a esta maravilla de celebrarnos, reconocernos y, sobre todo, apoyarnos, sea lo que sea. Te invito a comenzar hoy para celebrarte y celebrar tus progresos. Celebrate mucho y muchas veces al día y sabe por qué? Porque te lo mereces 😉