Confianza. Una palabra corta, pero con un significado gigantesco. Entregar (a alguien o algo) la responsabilidad de un trabajo, una misión o incluso un acontecimiento. Pero Dani, ¿quién sería ese algo o alguien del que hablas? Y la respuesta es: la vida. Tiene su propia dinámica, que no siempre es fácil de entender. Somos eternos aprendices que están siendo puestos a prueba todo el tiempo, y el objetivo final de estas dinámicas es sólo uno: nuestra evolución. Y quién dijo que crecer no duele, ¿verdad?
No siempre estamos despiertos y somos conscientes de esta dinámica de la vida misma. No podemos ver que todo tiene un propósito. Como muchas veces las cosas no tienen sentido (no hay dirección y el sentimiento es confuso), luchamos, nos cansamos, nos aferramos al ego, queremos adivinar los próximos acontecimientos (como si fuera posible lol), incluso lloramos, en un esfuerzo homérico por sentir que tenemos el control de todo. Esta ilusión de que tenemos el control, aunque reconfortante, por un lado, pesa toneladas por el otro.
Y entonces, el cuerpo habla. Cuello rígido, hombros tensos, pantorrillas pesadas, espalda dolorida, respiraciones cortas, estado de alerta total y la cabeza a mil. ¡Suena como la descripción de los guerreros que esperan el comienzo de la batalla en 3,2,1 ! Al fin y al cabo, nosotros tenemos «el control de todo» y llevamos todo el peso, ¿no?
¿Y si intentamos aflojar este «control» (ilusorio)? Para soltarnos, necesitamos esa palabra mágica que inicia el texto: con-fi-ar. Pero Dani, ¡es muy difícil! ¿Cómo puedo conseguirlo? Y mi respuesta es: En un acto de valentía, sumérgete profundamente y conecta cuerpo, mente y alma en esta misma dinámica de la vida, para que puedas ver con claridad cada detalle, cada acción, cada conexión y desconexión, cada acontecimiento, que automáticamente genera algo precioso que es la comprensión (o también llamado «caer las fichas»). Da sentido a nuestro viaje y nos hace sentir muy bien, además de movernos a fluir a favor de la vida y ya no contra ella, en esa base de control, tensión y peso que comentaba.
Si confío, más que soltar, me entrego a la dinámica de la vida mi existencia y empiezo a dialogar con todo lo que sucede. Puedo evaluar mejor cada situación que se presenta, lo que estoy atrayendo a mi vida. Abandono el papel de víctima de los acontecimientos, empiezo a ganar autonomía. Empiezo a estar conectado con el todo y siento lo que tengo que hacer para crecer, en qué dirección tengo que ir, cómo puedo servir al mundo y empiezo a hablar con la vida y a preguntarle: «¿Qué quieres de mí en este momento? Por favor, ¿puedes guiarme de forma didáctica (ja)?».
Y las respuestas didácticas empiezan a llegar «mágicamente», porque supimos comunicar en voz alta lo que queríamos y estamos atentos (y sedientos) de orientación. Todo este movimiento nos da liviandad.
Y si ganamos liviandad, más que volar, vencemos a un supervillano que nos pone en modo automático, que nos impide conectar con la dinámica de la vida misma, que es la prisa, popularmente conocida como ansiedad. Una cosa es visualizar lo que queremos para pasar a la acción y hacer realidad nuestros planes. Otra cosa es proyectar lo que queremos, pero envueltos en escenarios apresurados, acelerados, a menudo trágicos, que nos alejan del aquí y ahora, crean una realidad paralela e impiden totalmente esa conexión genuina con la vida.
¿Estás preparado para confiar, rendirte y dejarte llevar, en una inmersión profunda de cuerpo, mente y alma en la dinámica de la vida misma? Ah, y la vida me acaba de mandar un mensajito: «Da el primer paso, estoy aquí por ti y para ti ? No tengas miedo, porque quien confía, descansa».